Para quienes compartimos esta ilusión, crear imágenes de este modo no es una simple elección: es una necesidad profunda. Es así como sentimos, como percibimos el mundo, como nace en nosotros la urgencia de expresarnos. Es nuestra manera de comprender la imagen, de habitarla y de compartirla con otros.
Disfruto intensamente del proceso, de ese vínculo silencioso que se teje cuando alguien confía en mi propuesta, por extraña o inesperada que pueda parecer. Me conmueve la entrega de quienes se abren sin reservas, con sus cuerpos, sus gestos, su confianza total. A esas personas les guardo un respeto profundo, porque en su apertura valiente me permiten ser también quien deseo ser.
Juntos, en ese instante compartido, construimos algo que va más allá de la imagen: materializamos una experiencia única. Persigo momentos donde el cuerpo se diluye, y surge la forma pura, la esencia sin nombre. Invito a quienes se atreven a convertirse en superficies vivas, en figuras que dialogan con la luz y la sombra, que trascienden la identidad para habitar un espacio de expresión auténtica.
Para mí, el desnudo no es un fin, sino un lenguaje. Un puente que permite contar historias que no pertenecen a nadie en particular, sino al instante mismo en que se crean. En todo este proceso, la confianza es la clave: es lo que permite dejar atrás las máscaras cotidianas y encontrarse, aunque sea por un momento, con una versión inesperada de uno mismo.
No importa quién seas ni cómo te veas. Lo que de verdad importa es la entrega: ese gesto valiente de mostrarse sin prejuicios, de ser —aunque sea fugazmente— una manifestación viva de autenticidad. Porque en esta danza de luz, piel y forma, todos nos volvemos iguales: pura expresión.
"No vemos las cosas como son, sino como somos nosotros."
— Anaïs Nin
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